Yo era pues del TBO, y en cuanto me había leído y releído el tebeo nuevo corría a cambiarlo por otro que no tuviera, por unos céntimos que había sacado de mi madre, al quiosquillo de María La Cerda, donde uno podía conseguir, mediante el cambio o el alquiler, otros números del TBO que no había podido conseguir y leer. Y de paso y si sobraban diez céntimos unos regresaba a casa con el ejemplar manoseado, como si de un tesoro se tratara, con una cebolleta encurtida de vinagre, que casi no cabía en la boca, degustando las sucesivas capas que uno y ya tan corta edad sabía ir despabilando, algo avinagrado del gusto tan apetecido.
Yo era entonces del TBO y leí innumerables números de esos tebeos que entretuvieron mi infancia. Ni “Roberto Alcázar ni Pedrín”, ni “El Jabato”, ni “Hazañas bélicas”, ni “El Capitán Trueno”, ni “Mortadelo”, salvo la contraportada de la “Rue Percebe 13” eran de mi especial gusto. Mi devoción se volcaba por el TBO y sus personajes variados, pintorescos, casi familiares. Desde la familia Ulises, casi casi reconocida entre algunos de los avatares domésticos que nos iban ocurriendo a las familias de entonces, hasta el muerto de hambre de Carpanta, crítica social de posguerra que pasó desapercibida o no tanto, siempre soñando por un muslito de pollo al que jamás lograba acceder. Desde Gordito Relleno , tan gordito, tan bonancible, tan sujeto a pequeñas bromas y desventuras, hasta los aguerridos traviesos, los hermanos Zipi Zape, siempre traidos al buen redil por su padre Pantunflas, desde aquellos cazadores de safaris metidos en problemas con leones que asomaban tras palmeras dibujadas y que se resolvían con chistosas ocurrencias, tan prácticas, tan originales, hasta los inventos del TBO, sofisticados, elaborados y manuales hasta la íntima superación del problema . . . ¡resuelto!.
Y así historietas tras historietas, desde las Hermanas Gilda hasta doña Urraca, desde personajes anónimos que iban vadeando las vicisitudes de los tiempos modernos con un humor blanco e inocente, desde unas perspectivas amables y creativas.
Así pues yo era un lector infantil del TBO, como avance de los próximos libros que iría recibiendo, tal vez con mesura, para que fuera capaz de releerlos hasta casi aprendérmelos, mientras iba aprendiendo a sumergirme en las historias hasta ser capaz de saber abstraerme . . . leyendo.
Ingenua y eficaz manera de ir introduciéndome en el arte y el oficio de leer, hasta incorporarlo a mi vida cotidiana, como para que, a partir de entonces, ya no fuera capaz de dejar de leer . . .para disfrutar, para aprender, para emocionarme, para, como decía Umberto Eco, vivir cinco mil vidas.
Gracias al TBO, seguramente, porque yo era un niño del TBO.
Torre del Mar enero – 2.017